Hostal amor

S/ 40.00

Entre sus luces y alegría ha surgido una novela de amores encontrados, de caracteres diversos como suelen ser los amores apasionados. Son trece historias coordinadas, que se entrelazan y concurren algunas -doce en realidad- en hoteles cualesquiera; algunos, sórdidos; otros, finos y lujosos. Todas expresan el amor en sus más variadas formas: son extravagantes y sorprendentes; amores arrebatados y confusos, acosados por intensos apremios, desesperados, en constante éxtasis; amores prácticos e interesados, con historias personales llenas de dramatismo, lujuria y desencanto, pues la vida se ha encargado de afirmar esta gran verdad con su crudeza.

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Bullanguera, alegre, colorida, desbordante y calurosa, así es Iquitos, la urbe. El escenario perfecto para expresar el amor tal cual es: fresco, sincero, carnal, y tierno a veces.

El escritor retrata prostitutas caras y exquisitas, como a aquellas pobretonas y viejas, a un homosexual que apuesta por un poco de amor aunque mal le paguen, a alguna niña bien extremadamente deseosa de experimentar su primera vez con alguien especial, igual que a un viajero que acostumbra comprar sexo, a un policía corrupto y decepcionado, un abogado con familia y seductor de chiquillas, y otros más, pero todos creyentes del amor en todas sus manifestaciones; las historias así lo reflejan, y de entre ellas me han gustado tres.

Loribet, prostituta de burdel en decadencia, es especial y, a pesar de su tristeza y soledad, cree que tiene derecho al amor y le arrebata a la vida un poquito de su calidez en un intento de ser feliz con Elmer, un policía homofóbico que se manda sus jaladitas, a quien el escritor describe como «un mal poeta del orden cuya fuerza emana de los agujeros putrefactos de su débil sociedad». La rudeza con que Loribet se expresa la hace particularmente interesante: «Una puta es igual de puta que cualquier otra puta, no importa si cobra dos soles o mil soles, todas nadamos en la misma mierda, con su mismo color y olor», afirma.

Rafica es otro personaje singular. Ella vive con desenfreno sus días de estacional apasionamiento por Jair, un vividor de veintiún años; y entre su salón de estética y su desbordado amor nos conquista a través de sus sentencias con sabor a reflexiones: «En esta porquería de pueblo no se puede ser lo que de verdad uno es, siempre hay que aparentar», luego añade: «Ser maricón no es malo, tampoco es una enfermedad, la maldad está en los ojos de los que nos apuntan y nos sentencian como delincuentes. Si uno es chivo eso no te hace malo ante Dios, porque yo he venido a este mundo, así como soy, y todo lo que he hecho no lo he hecho por malo. Diosito lo sabe muy bien». ¿Quién podría contradecirla?

Una historia final muestra la dimensión verdadera del amor, en su ternura infinita y complaciente de lo que debe ser: comprender las limitaciones, aceptarlas y amar sin condiciones, así, con dulzura. Don Marmansho, en el ocaso de su vida se ha enamorado de Erlinda, viuda como él. Sus dudas nos colman de simpatía. «¿Con qué se puede encantar a una mujer que no tiene más vida que esperar su muerte?», inquiere, y continúa, seguro de que es así: «A nosotros los viejos solo nos queda una vida de costumbres, sin sueños, sin esperanzas». Nada más lejano de lo que piensa su amada: «Dios sabe que hay amor, yo le quiero mucho, nos acompañamos y nos ayudamos a vivir. Él es como el hijo hombre que siempre había querido cuidar y el amante que siempre me había faltado. Imagínense, ¡a mi edad!».

El lenguaje de los protagonistas es franco, crudo, desprejuiciado, escandaloso a veces y espontáneo, como se suele hablar en la selva. Se describen relaciones entre seres cargados de sueños, ambiciones y esperanzas, presente en el amor que todos los días vemos aquí y allá, en cualquier parte. Es así que sus personajes no dejan de estar en cualquier ciudad, con sus historias comunes.

«Hostal Amor» es una novela atrevida y desprejuiciada. Su escaso tiraje inicial y el impacto causado entre los lectores la han convertido en una novela de culto, buscada con avidez y recomendada con fruición.

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