A veces, lo reconozco, algún exceso o mi mala conciencia, altera la tranquilidad de muchos. Me siento agobiado entonces, culpable, mísero, deseoso de un abrazo sincero, del perdón que no merezco. Y luego ya estoy detenido en una meditación profunda, hastiado de tanta concentración, como queriendo justificar lo incierto, para encontrar el norte que se acomode a las respuestas que busco y quiero descifrar.
En otras ocasiones, en cambio, la luz de la vitalidad escupe en mi cara sus rayos de intensa armonía, de a pocos, o casi siempre de forma exagerada. Me abre el pecho esta luminiscencia, destierra mis huesos de este impune cuerpo que porto, e invasiva, con las cenizas de mis visceras, se impera con la proyección de lo que realmente soy: un alma desnuda y blanca.
Recorro esta superficie terrenal, expuesto a la sofocación, con dudas, insano; o recubierto de proyecciones y sueños, lúcido.
Adusto o afable, sereno u obsesivo, alevoso o transparente… ¡mis extremos me condenan, aíslan, proyectan, o encumbran!
Valoraciones
No hay valoraciones aún.