Amo el corazón infinito del hombre, las sendas sinuosas de su transición indescriptible. Amo los fragmentos de sus emociones que motivan la implosión de estas voces. Amo el sentimiento que cae y se levanta en el devenir silencioso de la espera. Amo la soledad que oscurece los caminos. Amo al niño obligado a mendigar. Amo las palomas hurtadas al ocaso. Amo a aquella mujer que, en su cerebro, se ha perdido; inspirando estos latidos que, incontenibles, pugnan en mi alma. Latidos que te pertenecen y me son implícitos, como arranques de risa en la antesala del más hondo dolor. Voces que, en su tristeza, pretenden alcanzar resquicios en el impasible corazón del que domina la ambición y el odio. Voces que necesitan de ti, hombre sencillo, que aún crees en el amor y la ilusión. Voces de nuestros ojos elevándose hacia el cenit, donde el alma de un niño vuela buscando la promesa de un cielo juvenil, que no llore envejecido por la maldad insensible. El autor
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Truhán
Seré
el más grande
truhán
cuando al Divino
le robe,
de su cielo
dos estrellas,
que tu camino
iluminen.
Si algún ángel
que las guarda
descubre
el robo de amor,
bajo la manga,
tendré
dos perfectas fantasías
para ocultar mi pillería.
Oh, por tu amor,
¡juro!, haría
la más grande felonía.
Yo sé que Dios
me daría
perdón,
por amor, mi vida.
Ceguera
No pude verte antes.
No me he parado
en medio del camino
a levantar la mirada
bajándola…,
sin prisa,
a recorrer el horizonte
y descubrir el alba,
a decir adiós
a las estrellas lejanas
que se van escondiendo
en la clara mañana;
no vi
el bosque inmenso
abrazado a una gasa
que los pájaros llevan
a mi alma nostálgica.
No vi la noche
en su vórtice de hipos,
acosada.
El tiempo,
ahora, me enrostra
esta tardanza.
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